Hacia años que no regresaba a la isla del Ciervo, desde que eliminaron la carretera que la conectaba con La Manga y eso ocurrió en abril de 2004. Ahora para llegar a ella hay que mojarse. Ayer domingo la isla tenía un aspecto desolador, no la recordaba así, tan seca, más que de una vez. La primera impresión: muchos excrementos de conejo, ninguna hierba, ni siquiera plántulas, y la sensación de que mucho suelo se había perdido.
Este septiembre ha sido muy poco lluvioso en general y los montes de la franja litoral se encuentran todavía agostados, con la vegetación latente, aún seca. Era fácil presagiar que este año no iba a ser de los mejores para la flora otoñal, de hecho muy pocos lo son. Horas antes así pude comprobarlo en el Monte Mingote, cerca de Los Nietos Viejos (Cartagena), donde sólo unos pocos ejemplares de narciso y escila de otoño se encontraban en floración, muchos menos de los habituales.
Una vez cruzados los 260 metros de Mar Menor que separan La Manga de la isla, ya en el primer rodal de matorral, en la base de la vertiente sureste del cerro de menor altura, pude observar que los cornicales (Periploca angustifolia) se encontraban semidefoliados y ni rastro de las bulbosas otoñales (narciso y escila de otoño) que pueblan a miles las bolsas de suelo de la isla del Ciervo. Es más, no pude ver ni una sola hierba, ni una sola plántula, todo estaba tan seco como en pleno verano. Apenas pude localizar alguna planta dispersa, unas pocas de Anagallis arvensis (fotografía siguiente) y hojas emergiendo del suelo de Arisarum vulgare -de la que de casualidad pude ver una inflorescencia-.
Sólo continuaba su ciclo con normalidad Urginea maritima, porque no necesita lluvias para reproducirse, utiliza las reservas de nutrientes y agua de su gran bulbo; su altas inflorescencias se encontraban con algunas flores -las últimas- en su extremo.
Tuve claro desde el primer momento que no iba a encontrar el raro y puntual Ranunculus bullatus, también de floración otoñal, que era lo que iba buscando.