Nuestro Mar Mediterráneo
Nuestro mar, el mar entre tierras, el mar de los europeos latinos, el Mediterráneo: miles de lugares y enclaves únicos, junto a su orilla o en sus aguas, donde contemplarlo, donde detener el tiempo, aunque sea sólo minutos.
Así que, sin duda, ha sido toda una suerte que durante el verano de 2015 el Mar Mediterráneo me haya acompañado –con su proximidad– en numerosas jornadas de campo. Y fue prácticamente inevitable acercarse a él, antes o después del trabajo; para una fotografía, también para un baño rápido.
Por ejemplo, inmediatamente antes del seguimiento de sabina de dunas (Juniperus turbinata), en el Parque Regional Salinas y Arenales de San Pedro del Pinatar, mientras esperaba a que hubiese luz suficiente para las fotografías; en la Playa de Torre Derribada, al amanecer, con el sol apenas rebasando las nubes que cubrían el horizonte.
Después de la segunda jornada en el Lomo de Bas buscando brezo blanco (Erica arborea), en una muy pequeña cala al medio día solar, con el mar calmado y sus aguas azules y transparentes; justo antes de comer en el [nuevo] chiringuito de la cercana Playa de Percheles de Mazarrón.
O en un rincón de la Playa la Carolina de Águilas, en el día del que fue último seguimiento de Scrophularia arguta al pie del Castillo de San Juan, con las luces suaves y sombras del atardecer, esperando a que pasasen algunas horas para volver y comprobar cuanto había endurecido la poxilina y se había secado la pintura del marcaje sobre las rocas.
Y de nuevo –por último– en la Playa de Torre Derribada, en San Pedro del Pinatar, igualmente –como en la ocasión anterior– a las pocas horas del amanecer, pero después del definitivo seguimiento de sabina de dunas (Juniperus turbinata), para el último baño del año y –de esta forma– aliviar algo el picor del ataque de varias decenas de muy agresivos mosquitos (Aedes caspius).