Clathrus ruber, Puerto de la Cadena
El clatro rojo, nombre científico castellanizado que se da a Clathrus ruber, o huevo del diablo, según la Guía de Hongos Micodes, es un hongo extraño y fascinante, propio de territorios cálidos y poco frecuente en la Península Ibérica, que podemos encontrar a comienzos del invierno en algunas sierras murcianas.
Las lluvias del pasado noviembre consiguieron despertar mi interés por las setas y, sobre todo, lograron que dejara de ser un ignorante casi al completo en la rama botánica de la micología. Sin embargo, entre los contados hongos que ya conocía estaba Clathrus ruber y recuerdo perfectamente cuando lo observé por primera vez [*]. Era diciembre de 2002 y visitábamos la Barlia robertiana del Llano del Beal, por aquel entonces el único ejemplar -conocido- de esta orquídea en la Región de Murcia. Y allí, muy cerca, casi escondido entre las hierbas, crecía una pequeña de estas rejas del diablo o vómito de bruja, como se llaman en Cataluña («rejes de diable» y «gita de bruixa», respectivamente). [*Respecto a lo indicado en este párrafo VÉASE NOTA IMPORTANTE al final]
Diez años, como los que habían transcurrido, son muchos e incluso me planteaba buscarlo. Pero el azar quiso que en una típica salida de campo de diciembre, en las que se anda mucho y se ven flores las justas, nos tropezásemos de casualidad con un grupo de tres ejemplares de este singular y pestilente hongo. Dos muy pasados y el de la fotografía, que se hizo teniendo como trípode al suelo, porque la hora, cercana al atardecer, y el lugar, un bosque cerrado y umbrío, obligaban a una exposición larga de más de un segundo.
Al día siguiente, por la mañana, volvimos al mismo lugar, a verlo de nuevo, y las moscas -más bien moscardones por su tamaño- eran numerosas sobre el clatro y, muy activas, se concentraban y detenían una y otra vez en el carpóforo, rebuscando con avidez, en todos sus recovecos, la ansiada carne putrefacta que engañadas ven y huelen pero que nunca encontrarán. Un espectáculo, orquestado por la evolución, que tiene un único objetivo, que el insecto se lleve las esporas.
Si este elaborado mecanismo de dispersión de las esporas, su forma, olor y nombres no resultan lo suficientemente atractivos como para buscarlo o prestar atención en diciembre y enero durante las salidas al campo dejo a continuación las observaciones que sobre la especie se hacen en La Guía Incafo de los hongos de la Península Ibérica, de Moreno, Manzón y Zugaza (1986): «conocida desde la edad media y utilizada en brujería. Su hallazgo en el campo era considerado como símbolo de mal augurio y quizá por ello, en algunas zonas, aparecen sus carpóforos pisoteados sin contemplaciones».
17 de enero de 2017:
Por confusión y/o determinación rápida en campo, aunque ni más ni menos que del [gran] botánico Pedro Sánchez Gómez, a quien acompañaba aquella mañana de diciembre de 2002, arrastré años [¡12 nada menos!] el error en la determinación de aquel hongo de pequeño cuerpo fructífero, rojizo, enrejado y maloliente, del Llano del Beal y que creía mi primera observación de Clathrus ruber.
En marzo de 2014, muy cerca, aunque no lo iba buscando, pude detectar a aquel hongo de nuevo y fotografiarlo (imagen anterior), también en las proximidades de la carretera minera RM-F 42, en el interior del Parque Regional de Calblanque, Peña del Águila y Monte de las Cenizas. Surgió la duda, y al comprobarlo cambió por completo la determinación, se trataba del colo rojizo (Colus hirudinosus).
No me sorprende la confusión y/o determinación rápida en campo del Catedrático de Botánica, porque nadie es infalible, ni siquiera los expertos, y además porque, poco después de la identificación correcta, me planteé la siguiente reflexión, basada en qué podemos fallar si nuestra fuente de información es incompleta, o nos puede conducir a equivocación:
¿Un libro de setas es bueno si falta el género Colus (hongos similares a Clathrus, pero menores)? Los dos mejores que conozco ni lo citan…
— J. A. López Espinosa (@jalesp) 10 de abril de 2014
En definitiva, “moraleja”, revisa, no importa cuando, cualquier duda botánica que surja y, muy importante, también, corrige ésta si corresponde, soluciona el error si se ha producido, sobre todo evita que se encadene y multiplique: es fundamental rectificar cualquier posible origen de incertidumbre y confusión posterior.